Cultura

Las madres también viajan (y son felices): Agustina Catalano y su diario de una ‘Recién llegada’

En su nuevo libro, la escritora e investigadora marplatense aborda su experiencia de viajar por trabajo a Alemania durante tres meses sin su hijo de dos años. Así le da voz a una figura ausente en la literatura, la de la madre viajera, que reflexiona, con humor y lucidez, sobre la maternidad y las tensiones entre la culpa y deseo.

Por Rocío Ibarlucía

Viajar sola sigue siendo, para la mayoría de las madres, una experiencia prohibida. Históricamente, son los padres los que emprenden la aventura: antes, exploradores, piratas o políticos; hoy, ejecutivos, diplomáticos, pilotos o médicos parten de sus hogares sin ser señalados por la sociedad, muchas veces con la excusa del sustento familiar. Las madres, en cambio, se quedan protegiendo como animales a sus crías. En ‘Recién llegada’, la escritora marplatense Agustina Catalano pone bajo la lupa esta realidad y advierte cuánto de esa herencia todavía pesa, incluso después de años de avances feministas.

Publicado en la colección Bios de Beatriz Viterbo, dedicada al cruce entre literatura y vida, el libro es un diario en el que una madre e investigadora registra todo lo que va atravesando desde que recibe la noticia de que ha ganado una beca para estudiar en Alemania durante tres meses. La experiencia de viajar sola a investigar, dejando en Argentina a su hijo de apenas dos años, se convierte en una oportunidad para pensar –y escribir– sobre la culpa, los miedos, los prejuicios, propios y ajenos, pero también sobre el deseo y la felicidad durante la maternidad.

Para transitar este proceso de estar fuera de casa descubriendo un nuevo mundo, busca a otras madres que hayan viajado solas, en la vida real, en enciclopedias, en notas periodísticas, en la literatura y en el cine, pero descubre que casi no existen representaciones de mujeres que viajen sin hijos. Incluso advierte esa ausencia en el lenguaje: “No hay manera de nombrar a una mujer que es madre y viaja sin aludir a una falta”. Una madre sin su hijo es una “mujer incompleta”. Además, después de tantas lecturas, encuentra que las madres en la literatura no solo no viajan, sino que sufren. “¿Por qué es tan complicado poner en palabras la felicidad?”, se pregunta Catalano.

De allí surge una de las motivaciones de su libro: mostrar que también una madre puede viajar y ser feliz. Con humor y mediante una escritura que apuesta a la liviandad antes que a la solemnidad, la autora se ríe de los mandatos de género y desplaza el sufrimiento por escenas de la viajera recién llegada que halla placer en la soledad y la distancia, descubriendo un nuevo lugar, una nueva lengua, nuevos vínculos y nuevas pieles que habitar.

Profesora en Letras por la Universidad Nacional de Mar del Plata, doctora por la Universidad Nacional de La Plata, becaria posdoctoral del Conicet y autora de libros de poesía y ensayos, Agustina Catalano (Mar del Plata, 1990) cuenta que la experiencia del viaje y la escritura de ‘Recién llegada’ también modificaron el rumbo de sus investigaciones académicas. “Yo venía trabajando sobre escritores militantes en los años 70, en la época de la dictadura, y a partir de ser madre y la escritura del diario, empiezo a leer a escritoras que eran a la vez militantes y madres y escribían sobre el tema de la maternidad en esos contextos”. Y de ahí surgió su nuevo tema de investigación, sobre el cual se encuentra trabajando actualmente.

En esta entrevista con LA CAPITAL, Agustina Catalano explica las motivaciones que la llevaron a escribir este diario, las semejanzas entre la figura de la recién llegada y la maternidad, y el poder que tiene el lenguaje para atravesar esas tensiones entre la culpa y la felicidad.

Agustina Catalano realizó instancias de investigación en las universidades de Köln, Duisburg-Essen y Barcelona.

—¿Qué es lo que te motivó a llevar a la escritura la experiencia de viajar a Alemania sin tu hijo?

—Fue mi primer viaje sola y a la vez el primer momento de separación en la maternidad. Y creo que fueron dos cosas. Por un lado, cuando salió la beca, me puse a buscar literatura sobre madres que viajan y si bien existe una literatura sobre maternidad muy voluminosa, prácticamente inabarcable, había poco sobre el tema de los viajes, o sea, sobre qué pasa cuando está esa separación y esa aventura se da en solitario. Entonces, escribí algo que yo hubiese tenido ganas de leer en ese momento.

Por otro lado, tuve que confrontar con las reacciones de las demás personas en relación a que yo me iba de viaje y dejaba a un bebé de dos años. Eso me hizo pensar que había algo que era de alguna manera disruptivo o que incomodaba o que generaba muchas preguntas. Hacía mucho ruido, ni bueno ni malo, pero sí me daba cuenta de que generaba una reacción. Ahí pensé: acá hay algo que está ocurriendo que aunque yo no quiera ponerlo en ningún lugar, ni de rebeldía, ni de rupturista, ni de transgresión, tenía algo de radical o nuevo. Un poco todo eso que estaba pasando alrededor me hizo empezar a registrarlo.

—¿Y cómo fue ese proceso de escritura del diario en comparación con otros libros tuyos de poesía o trabajos académicos?

—Llevó bastante tiempo. Primero, escribí anotaciones, ideas, preguntas, cosas que escuchaba. El diario tiene esta voluntad de registro, de dejar asentado, de tratar de dar forma a lo que uno escucha y ve, detalles que a veces en la vorágine de la vida cotidiana se escapan y después lo querés recordar.

Además, tener un hijo es una pequeña revolución y tenía esa voluntad de registrarlo. Después, empecé a pensar que quizás todo eso podía redundar en un libro, que tuviera como una forma, donde quizás la experiencia autobiográfica, por más de que fuera un diario y por más de que obviamente está basado en eso que sí ocurrió, se borroneara un poco, aparecieran otras voces, otras historias. Ahí tomé una decisión de empezar más conscientemente a pensar qué hacer. Y es distinto el proceso respecto de otros géneros, porque creo que fue un descubrimiento del formato. La tesis es un formato que ya está dado en algún punto. El diario tiene otras preguntas.

—Pero el diario también da lugar a un registro más ensayístico.

—Sí, se pueden ensayar ideas, pensar, reflexionar en voz alta, ver alguna respuesta. En ese punto sí creo que se puede cruzar con la tesis o con otro tipo de escrituras, que es, en definitiva, partir de un lugar de incertidumbre para llegar a algún tipo de respuesta precaria, momentánea, y que seguramente en unos años sea otra la respuesta. Pero creo que sí tiene que ver con partir de un lugar del no saber.

“Hay un peso social sobre la madre que no hay sobre otros sujetos sociales”

—Tu libro abre preguntas, sin necesidad de buscar respuestas, alrededor de la identidad de esta madre que viaja sola a trabajar. Se pregunta qué clase de madre es, fantasea con ser otra, imagina quién podría haber sido si viajaba antes de tener un hijo, habla de las capas de cebolla o de pieles que van apareciendo en el viaje y otras que va perdiendo. ¿Cómo presentarías a esta madre-escritora-viajera?

—Yo creo que un poco el viaje en sí, fuera de ser madre o no, ser quien se es, tiene algo por descubrir, por encontrar. No me refiero al viaje turístico, de paquete, que uno se compra por una semana, con todo armado. En este caso, esa distancia con el lugar de todos los días siempre genera un cambio en la identidad o un desplazamiento en quien uno es o cómo vive. Además, está un poco ya implícito en la idea del viaje, de irse.

Pero, por supuesto que acá estaba ese ruido alrededor de la maternidad que tenía que ver con quién es en definitiva esa madre o esa persona, como si uno tuviera que elegir ser una cosa o ser otra. Suelen decir que si te va bien en tu trabajo, te estás dedicando menos a tus hijos, como si hubiera una balanza ahí por equilibrar, en la que todo el tiempo tenés que estar consensuando, negociando o dando algo a cambio, perdiendo y ganando. Entonces en ese juego de negociaciones quería también abrir el panorama de esas múltiples identidades que en definitiva todos somos y tenemos momentos en los que hay tensión o no se vive de una manera tan armoniosa o tan feliz. Ahí sí creo que hay algo que es muy específico de la maternidad, porque efectivamente hay un peso social sobre la madre que no hay sobre otros sujetos sociales.

—El libro empieza diciendo que siempre soñaste ser Simone de Beauvoir, pero te tocó ser Susanita sin quererlo, y te preguntás si será posible desarrollar una identidad híbrida, ser una Susanita de Beauvoir. Después de escribir este diario, ¿creés que es posible ser ambas?

—Yo creo que esa reflexión es un poco la risa. Este tono más irónico tiene que ver con ridiculizarse a una misma y reírse de cómo vemos las cosas tan en cajas. Porque en definitiva yo pensaba que no se podían ser las dos cosas. También porque las mujeres que me antecedieron no fueron las dos cosas, siempre tuvieron que elegir y siempre algo se perdió. Muchas veces hay relatos que se construyen en torno a eso perdido, a la que yo no pude ser, a la oportunidad que dejé ir y los hijos siempre en el lugar del sacrificio. Es una cosa generacional en relación con nuestras madres y abuelas, con el lugar que tenía la mujer en la sociedad que hoy es distinto, pero es algo que todavía está en crisis.

Hay un universo de posibilidades muy grande y hay que ir eligiendo. Y yo creo que la pregunta es esa desde el comienzo: si se puede todo o simplemente es que todo no podés. Y el que osa ir por todo también es a veces señalado, es un lugar de tensión, de confusión y también es agotador. Pero sí creo que hay momentos, momentos donde parece que eso se superpone y uno puede todo y momentos donde no. Y me parece que en todo caso lo interesante de la literatura es mostrar esas zonas de ambigüedad, esas zonas ciegas, esos puntos donde uno no ve bien del todo qué es, si es una o si es la otra, si es Simone de Beauvoir o si es Susanita. Y hay momentos que una se siente Susanita y estás ahí preguntándote por qué estoy acá, cómo llegué…

—En el viaje ves a otras madres en situaciones que también viviste pero las observás desde un lugar de extrañamiento.

—Sí, eso es porque el viaje da la posibilidad de verse uno a la distancia, desde otro lugar. Creo que ahí se puede pensar el viaje y la maternidad. La maternidad es ese lugar de lo cotidiano, la rutina y también la alienación, algo que debe ser un poco así porque ese orden es necesario. El viaje es todo lo opuesto: es el ir a una aventura, el no saber, ir a un lugar desconocido donde se habla otra lengua, donde hay otras costumbres. Esos dos universos que parecen separados ahí se encuentran.

“La maternidad es muy feliz y no es todo el tiempo sacrificio”

—En el diario vas registrando frases hechas y prejuicios que recaen sobre las madres, como “una madre es todo lo que un bebé necesita” o “una mujer todo lo que necesita es un hijo”. ¿Qué creés que hace tu escritura con esos mandatos?

—No sé lo que hace pero sí sé quizás cuál era mi intención, que era salir de los lugares comunes e ir a buscar la risa, la ironía, porque en definitiva son temas que son pesados y que para atrás han sido pensados y abordados desde este lugar del sacrificio, desde un tono y una configuración de mundo que cae en la solemnidad. Entonces, quería mostrar los ratos felices porque en definitiva la maternidad es muy feliz y no es todo el tiempo sacrificio. Quise buscar la amplitud de esos sentidos.

—Después de leer tanta literatura sobre la maternidad, llegás a la conclusión de que no hay madres felices que escriban, sino que todas son sufrientes, trágicas. ¿Tu diario busca, entonces, quebrar esa tradición literaria mostrándola también en un estado de felicidad, de goce, de deseo?

—Sí, ojalá que sí. Para mí la palabra clave es liviandad. Quise aflojar ese peso de que las cosas tienen que ser de un modo o del otro y pensarlo desde un lugar feliz, que no necesariamente significa que no hay conflicto porque sí lo hay. Busqué dejar ir esa tradición, esos lugares comunes que tampoco me interesaban a la hora de leer. Creo que tiene que ver con esa frase de Charly de “Tómalo con calma, la cosa es así” porque creo que ahí también está la posibilidad de pensarse.

El sufrimiento o inclusive la angustia de separación, que es algo que a mí me decía el médico, no deja la posibilidad de pensar. En cambio, para mí, la risa abre preguntas, abre esa posibilidad de verse desde otro lugar y mirar para atrás la tradición, a las otras madres, las abuelas, mirarlas desde ese lugar más presente también.

“Traer un ser a este mundo es sentirte que todo el tiempo estás recién llegando y que nunca terminás de hacer pie”

—¿Qué significados tiene para vos el título ‘Recién llegada’?

—A priori, en la literatura, el recién llegado es la figura del viajero que está en un constante estado de novedad. Es el que descubre el nuevo lugar y esa otra lengua, y el que tiene una sensación, que a veces perdura en los viajes, de estar todo el tiempo recién llegando. No terminás nunca de acomodarte en esa casa, en esa lengua o con esos vínculos nuevos porque justo cuando estás acostumbrándote, tenés que desarmar e irte. Es una sensación que está todo el tiempo latente.

Y para mí es equivalente a la sensación de la maternidad o de la paternidad, que es traer un ser a este mundo y sentirte que todo el tiempo estás recién llegando y que nunca terminás de hacer pie, por lo menos a mí me pasa. Y es en definitiva el lugar que me interesa. El que dice “ya tengo todo resuelto”, si no está mintiendo, es poco interesante, porque hay que dejar ese lugar abierto para las dudas, para las preguntas, para lo que no sabés cómo va a ser. En definitiva, tu hijo está creciendo todo el tiempo y cuando terminaste de acomodarte, ya cambió. Tenés esa sensación de que vas todo el tiempo atrás de algo nuevo y no te terminás de sentir cómoda nunca.

Por eso el recién llegado y la maternidad son dos emociones equivalentes en algún punto. Es una relación bastante evidente y no muy original la de ver a la maternidad como un viaje, porque el viaje funciona como metáfora de muchas cosas. Pero sí me gustaba esta imagen de recién llegar. A la vez, inconscientemente, fue una frase que apareció en esas primeras notas, escribía sin pensarlo “recién llegué a este lugar”. Creo que el adverbio tenía que ver con reforzar esta sensación de que en definitiva no sé todo, ese no terminar de hacer pie, que todo el tiempo venga algo nuevo, que un viaje lleva a otro viaje. Son como cajas chinas que se están abriendo todo el tiempo y creo que se relaciona con esa sensación de correr con la lengua afuera.

—¿Qué poder creés que tiene o que tuvo para vos la escritura, la literatura, para transitar esas tensiones entre la libertad y la culpa, entre el goce y el sacrificio, entre la investigadora y la madre?

—La literatura es una instancia donde todo eso puede tomar una forma. Mediante la escritura uno puede iluminar ese universo de emociones, de prejuicios, de culpas, de temor, de alegría que a veces se presenta como un caos. No porque haya que ordenarlo y ya está, sino porque permite transitarlo, puntualizarlo, profundizarlo. Para mí, más que poner en cajas, es como diseccionar, poner sobre una mesa a observar en detalle eso que pasa.

Me parece que la escritura y el lenguaje, lo pienso en un sentido muy general y más allá de la literatura y de publicar un libro, agarrar un cuaderno y poner en palabras permite darle una forma y a través de esa forma un pensamiento y hacer el sentido. También te permite armar un relato. Pienso que, en ese sentido, el diario y la escritura son una especie de trabajo de la memoria. Después, pasa el tiempo y uno se empieza a poner un poco más caprichoso en relación a lo que cuenta. Ahora me doy cuenta de que pasaron tres años de la beca en Alemania y ya lo que recuerdo está bastante distorsionado. O sea, agradezco haber escrito eso porque después la memoria y la vivencia va distorsionándolo.

Entonces, creo que la literatura y la escritura es un poco esa posibilidad de retener algo de la experiencia y de eso vivido que se escapa. Que se escapa por todos lados porque es intenso, porque ocurre en muy poco tiempo, entonces es como capturar algo, fragmentos o pequeñas instantáneas de eso vivido.

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